Cuando nombraron a Miguel Torruco al frente de Sectur, se encendió una luz de esperanza en el sector turístico, las expectativas apuntaron a buen nivel, era el primer hombre que llegaba a las oficinas de Masaryk capaz de tutearse con el gremio turístico, los conocía a todos -eso decía- aunque los que sabían de él, me contaron el final de esta historia.
Llegó con los mejores blasones, óptimos para estar de acuerdo con lo que Torruco tanto recitaba: se acortaría la curva de aprendizaje debido a su experiencia en el sector; egresado de una escuela de turismo, dirigente gremial, empresario, académico y secretario de turismo estatal, ¿Que podría salir mal? Su propia personalidad zalamera con el poder.
Si buscas, estimado lector, una estrategia de política turística en este sexenio, no la vas a encontrar y por lo tanto no hay manera de evaluar algún resultado. Me adelanto a algunas consideraciones y subrayo: política turística seria con un marco normativo y presupuesto, no ocurrencias.
Torruco y su accionar
En cuanto Torruco Marqués recibió sus tarjetas de presentación como titular de Sectur, se extravió, nunca volvimos a ver al crítico y propositivo de otros tiempos, quedó atrapado en las redes de frivolidad que fue tejiendo a lo largo de su trayectoria.
Este país nunca había tenido un secretario de turismo federal tan dotado para ejercer como instigador de sus propios organismos -CPTM y Prodermágico- pero eso aceleró a correr la cortina de la actuación que desempeñaría Torruco en el sexenio: ser permisivo y objeto de decoración.
Después de la desaparición de la estructura operativa de la Sectur, todo quedó claro para el gremio turístico: sería un sexenio de “Política Anafre” puro humo en el accionar de la secretaría ante un ministro que implosionó su imagen y en el colapso se llevó entre las patas a Sectur.
Aún con una secretaria de turismo adelgazada, y un secretario auto acotado, Torruco podía haber desempeñado un papel decoroso, pero no iba por eso; restó importancia a los problemas torales del turismo, como promoción, capacitación, conectividad o inseguridad -si ejerciera el papel transversal del turismo- en lugar de eso, prefirió voltear hacia las cámaras.
Al tiempo, entendió poco -del momento político que estaba viviendo- y descubrió que sabía menos; nunca encontró la luz de la creatividad y en esa oscuridad se dedicó a realizar tratos que resultaron un desastre, como el de la página Visit México, hoy en el basurero de su gestión y con 24 millones inyectados a una dudosa operación.
Su gestión no soportará el juicio de la historia, si acaso la memoria a corto plazo lo reclama, se le mencionará por su incontrolable apego a la práctica del egoturismo y sus viejas recetas anquilosadas para aparentar lo máximo y solucionar lo mínimo.